MIEDO DA A VECES COGER UNA PLUMA

"Miedo da a veces coger una pluma y ponerse a escribir,
miedo da a veces tener miedo a tener miedo [...]"
Gloria Fuertes

miércoles, 28 de noviembre de 2012

De la muñeca...


En un principio no sabía si era real o no, si tan sólo era una visión. Si ya haberla visto un día me parecía poco probable, verla dos me parece imposible. Es la misma mujer de ayer, un esperpento, la decadencia de una muñeca rota. La cara pálida, palidísima, el pelo amarillo despintado y una capa de maquillaje que el frío seguramente muere por cuartear, ayudado por la poca –o falta total de- calidez que debe tener su piel.

La muñeca seguramente espera el metro todos los días laborales a la misma hora con ese mismo abrigo rojo a juego con su labial. Sin embargo, no concibo que hayamos coincidido antes y yo no la haya visto. Tiene que ser imposible no verla.

Pero no ha sido ella la que ha irrumpido en mi mundo: he sido yo quien ha irrumpido en el suyo. Ahora, a cada palabra que escribo, resquebrajo esos muros que tanto le habrá costado levantar. Bloque a bloque construyó un triste intento de fortaleza con polvos compactos, sombras para ojos, rouges y colorines. Ella nunca lo sabrá, pero he violado su intimidad al poner atención a los solitarios pensamientos que se dejan ver a través de su postura mientras espera en el andén.

No tengo por qué meterme en donde no me llaman, pero toda mi culpa se borra al levantar los ojos para descubrir que ella también escribe y, a intervalos, me lanza miraditas de plástico negro. Al final son mis muros los que se derrumban estúpida e inexorablemente.

sábado, 17 de noviembre de 2012

De la poesía...


Dicen que la forma de la poesía es el vínculo tangible con los elementos más profundos del significado. Dicen que el ritmo de los sonidos de un poema trasciende nuestra percepción racional. Dicen que la poesía es la literatura más pura, sujeta completamente a la subjetividad del escritor. Dicen que la poesía se rige por leyes enteramente diferentes a cualquier otra manifestación escrita con fines tanto denotativo-comunicativos como artísticos. ¿Quién lo dice? Tal o cuál. No importa. Tal vez ni siquiera digan eso, sino esto otro y yo lo haya entendido mal. Quizá mi subjetividad inherente ya haya hecho de las suyas.

Nunca he escrito un poema de verdad y hasta los poemas falsos que he escrito carecen de ese no sé qué que qué sé yo. Escucho la palabra poema e inmediatamente mi intención bucea por un lodo de expresiones que tengo ya vinculadas al término. Es decir, caigo en todos los clichés y baratismos posibles y si me dejo seguir reviento los límites y sobrepaso hasta lo permitido para los poetas amateurs. ¿De qué se tiene que tratar un poema para que no sea un triste intento de expresar sentimientos sublimes que al momento te explotan en la cara como una bomba de saliva? ¿De qué escribe quien escribe poemas? Una vez más: dicen que hay tan solo unos pocos temas y que toda la poesía puede reducirse a ellos. Los obvios.

A mí en realidad me dan ganas de reducir todo a colores, a formas y a texturas. Hay veces que me siento como una figura geométrica y otras que me siento como un color. Pero me siento incapaz de transmitir esas sensaciones como no sea un poema que diga:
Morado,
morado amor
hado morad,
¡oh! Morado

Tengo la certeza que ni siquiera así me daría a entender. Todo esto de la Escuela Alemana de la Percepción ahora tiene más sentido. Cada quién pensaría en su propio color morado. Morado pollo, morado cielo, morado césped, morado madera, morado noche, morado luna, morado agua, morado azúcar, morado mar y jamás morado Restaurante Hindú de Lavapiés.

No quiero ni pensar qué sucedería entonces si intentara explicar que me siento como un triángulo. ¿Con qué palabras sustituyo “lados”, “tres”, “isósceles”, “agudo”? ¿Y cómo explico que soy un triángulo redondo? Directamente encasillado en la bodega del absurdo. Como si en la vida diaria no pasara todo el tiempo que uno se siente como un jodido triángulo circular. Pero ahí está el infalible miedo a que se dude de nuestra cordura. De ahí que se hayan inventado palabras tan desastrosamente inexactas como “bien” o “mal”. Así cuando nos preguntan cómo estamos, tenemos la salida fácil. Decimos que bien en vez de decir “Rojo, hoy estoy completamente rojo y ando de un ánimo exquisitamente cuadrado”. O, en caso de que nuestra sinceridad exceda la dosis normal, decimos que mal en vez de decir “Ni me hables, el amarillo me nubla la vista y va a empezar a escurrirse por mis poros en círculos concéntricos”.

El problema de la poesía es que la representación más alejada de su esencia es la palabra. Ahí está el peligro, al ver todo lo que es en realidad poesía y entender que es imposible decir las palabras para expresarlo. Entender que mientras más se diga, más cosas se quedarán atoradas en medio de la garganta, del estómago, de las cuerdas vocales, del paladar, de la lengua. La densidad del líquido verbal en nuestro sistema aumentando exponencialmente y el saber, a momentos estúpidamente efímeros, que no hay otra opción que ignorar o ahogarse a más tardar en un momento dado.