MIEDO DA A VECES COGER UNA PLUMA

"Miedo da a veces coger una pluma y ponerse a escribir,
miedo da a veces tener miedo a tener miedo [...]"
Gloria Fuertes

domingo, 10 de marzo de 2013

De las figuritas de barro...


Una tierra sin nombre trabajada por nombres sin cara. Uno de los nombres revienta, desde el suelo se evapora, conforme pasan los minutos, su sangre en nubecillas rojas que luego lloverán sobre las flores, coloreándolas. Mientras, los ojos pasan de largo. Los nombres, mientras aran, miran hacia abajo sin ver y la tierra caliente les devuelve la mirada, también sin ver. El sol, sin rostro, les escalda las espaldas; son bombas de melanina y se funden con el suelo que pisan. Son tan parte de la tierra que cuando caminan descalzos no se sabe dónde acaba ella y dónde empieza el otro.

No es hasta que pasan las horas más calientes del día que llega aquel con sólidos nombre y botas a arrastrar el cuerpo que desde mediodía yace en medio del campo. Es fácil, no hay ceremonia, nadie va a extrañarlo y por eso sus cenizas pasan directamente al río. No todo es pérdida, de vuelta en los dormitorios comunes, un afortunado ha pasado de dormir en el suelo a dormir en una casi-cama y dormirá tan bien que por primera vez en años soñará.

Tres, cuatro, diez, veintitrés de tantos soñarán que comen y beben hasta saciarse, que hacen el amor sin urgencia, sin esconderse, sin miedo. Soñarán con minas que sus hijos no necesitan pisar y que tienen para siempre una cama asegurada. Soñarán y soñarán y al despertar nada habrá cambiado y caminarán quemándose las platas de los pies y con la mente en blanco para no reventar mientras no deseen nadar con los peces.

La misma noche quizá, o cualquier otra –da igual-, entre colchas de seda y plumas de pato, la luna y su puta luz, por el simple afán de entretenerse, entrarán por los párpados de quien duerme en algodón rosa. Una pesadilla bailará en labios sabor menta. No hay vestidos dorados en el armario y no hay desayuno con café caliente esperando. Al querer bajar las escaleras, no las hay. Sólo hay un piso y el jardín en vez de orquídeas tiene buganvilias. Correrá con el pelo suelto buscando a alguien que le explique y que, ya en ello, la ayude a hacerse un moño, el de siempre. Pero no hay nadie y al salir a la calle sus ropas se parecen a las del resto de la gente y al verla un hombre de ojos negros se acerca y al hablarle… ella despierta y moja en lágrimas la almohada. Pero no hay nada que temer porque al día siguiente todo es igual y ve a lo lejos, desde su ventana, figuritas de barro sesgando, cargando, llevando y trayendo. 

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