Una
tierra sin nombre trabajada por nombres sin cara. Uno de los nombres revienta,
desde el suelo se evapora, conforme pasan los minutos, su sangre en nubecillas
rojas que luego lloverán sobre las flores, coloreándolas. Mientras, los ojos
pasan de largo. Los nombres, mientras aran, miran hacia abajo sin ver y la
tierra caliente les devuelve la mirada, también sin ver. El sol, sin rostro,
les escalda las espaldas; son bombas de melanina y se funden con el suelo que
pisan. Son tan parte de la tierra que cuando caminan descalzos no se sabe dónde
acaba ella y dónde empieza el otro.
No es
hasta que pasan las horas más calientes del día que llega aquel con sólidos
nombre y botas a arrastrar el cuerpo que desde mediodía yace en medio del
campo. Es fácil, no hay ceremonia, nadie va a extrañarlo y por eso sus cenizas
pasan directamente al río. No todo es pérdida, de vuelta en los dormitorios
comunes, un afortunado ha pasado de dormir en el suelo a dormir en una
casi-cama y dormirá tan bien que por primera vez en años soñará.
Tres,
cuatro, diez, veintitrés de tantos soñarán que comen y beben hasta saciarse,
que hacen el amor sin urgencia, sin esconderse, sin miedo. Soñarán con minas que sus hijos no necesitan pisar y que tienen para siempre una cama
asegurada. Soñarán y soñarán y al despertar nada habrá cambiado y caminarán
quemándose las platas de los pies y con la mente en blanco para no reventar
mientras no deseen nadar con los peces.
La
misma noche quizá, o cualquier otra –da igual-, entre colchas de seda y plumas
de pato, la luna y su puta luz, por el simple afán de entretenerse, entrarán
por los párpados de quien duerme en algodón rosa. Una pesadilla bailará en
labios sabor menta. No hay vestidos dorados en el armario y no hay desayuno con
café caliente esperando. Al querer bajar las escaleras, no las hay. Sólo hay un
piso y el jardín en vez de orquídeas tiene buganvilias. Correrá con el pelo
suelto buscando a alguien que le explique y que, ya en ello, la ayude a hacerse
un moño, el de siempre. Pero no hay nadie y al salir a la calle sus ropas se
parecen a las del resto de la gente y al verla un hombre de ojos negros se
acerca y al hablarle… ella despierta y moja en lágrimas la almohada. Pero no
hay nada que temer porque al día siguiente todo es igual y ve a lo lejos, desde
su ventana, figuritas de barro sesgando, cargando, llevando y trayendo.
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