Sin
saberlo me mandaste señales, sin saberlo no quería verlas. Ahora entiendo los
sueños, ahora entiendo tantas cosas. Ahora. Hace poco en letras dejé lo que
daba vueltas en mi cuerpo, hice símbolos del sentimiento, dije lo mucho que te
quería, hasta las uñas. ¿Qué has hecho? Lo has ahogado todo, lo has quemado y
demolido al mismo tiempo. Has silenciado las campanitas porque les has quitado
el centro, lo más delicado, te lo has comido, no ha quedado nada.
Tengo
sal en las pestañas. No ha sido el número de lágrimas sino la densidad,
cargadas de tantos días de no entender nada condensados en un momento. Un
momento en que se ha caído la esfera y se ha hecho pedazos y ha brotado cual
planta el polvo del suelo entero. Flores de polvo y de humo que se cuela por
ese agujero en la esquina del cuarto por la que al final entró la nieve, ni
blanca ni roja, negra. Tiene gracia. Creo.
No más
espejos ni caleidoscopios para ti. No más fragmentos ni colores. No más luz en
tu cuello ni impresiones de tu luz en mis retinas. No más nada ni nada ni nada.
Y para mí no más porqués, que al final los porqués no importan, porque de
buscar siempre hay un porqué, y como yo decidí que tú fueras ese porqué no
puedo entender no haberlo sido. Tú escupe todos los porqués que quieras, pero
sabemos que es sólo aire. Las mentiras no son transparentes y de tanto bañarte
en ellas has cambiado de color. No te voy a echar de menos porque quien eras a
mis ojos no lo eres ya, y eso es lo que más te reprocho: no poder echarte ya de
menos. Eres una imagen de contornos borrosos que realmente no conozco.
Esto no
quema, ahoga. Pero es un mar que se vacía y el penúltimo día lo sabré sólo al
sentir un pececillo rozándome el pie al sentarme al borde de mi cama en la
mañana. Adiós pececillo, pensar que un día nadé contigo admirando el sol en tus
escamas. Pensar que nadie sospechó que tenías colmillos…
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